viernes, 21 de enero de 2011

Nos hemos dejado intimidar.



“No le digas nada, qué tal que es un zeta y te manda a matar”, “No te pongas al brinco con el chofer del pesero porque podría pararse y golpearte”, “Tienen cara de federales, ten cuidado con ellos”. Y podría poner otros tantos ejemplos que demuestren que nos encontramos intimidados ante los agravios que suceden a nuestro alrededor. Los estudios en psicología del mexicano afirman que esto proviene de cientos de años atrás, cuando nuestros antepasados debían de agachar la cabeza, debido a que -en caso de levantarla- podía costarles la vida. Otros teóricos afirman que también se debe a la imposibilidad de sentirse protegido por instituciones eficaces y a la poca cultura del trabajo en equipo. Pero, ¿qué tanto esta intimidación es una rasgo inexorable en nuestra identidad nacional y qué tanto un mal hábito que se transmite como una enfermedad contagiosa?
El mexicano promedio, ante cualquier propuesta o iniciativa, suele ofrecer una gama de razones explicando por qué cualquier intento de mejoría es y será una pérdida de tiempo, razones que no necesariamente son ciertas. Y en lugar de que se sumen esfuerzos y haya una mayor participación conjunta, se escuchan frases como: “Para qué ahorras agua si los demás la desperdician.” “Para qué levantas un acta si es tan sólo una pérdida de tiempo.” ”Para qué pones una queja si nadie más lo hará y pasará desapercibida”. Entonces se piensa que las pequeñas acciones -que en otros países consiguen grandes resultados- no sirven para nada y eso aprenden -y toman como verdad absoluta- las nuevas generaciones. Y un sólo hombre que conduce un autobús o que atiende una tienda o que labora en una delegación, puede más que cinco, diez, treinta, cientos de inconformes que optan por resignarse al silencio. Y, debido a esto, el problema se está convirtiendo en algo mucho más grave: la delincuencia, la corrupción, la burocracia, la venta de drogas a menores y otros vicios de la estructura social, se alimentan del desentendimiento y se expanden velozmente, mientras que, nosotros como víctimas, seguimos esperando a que las soluciones provengan de otros lados (del gobierno, de la autoridad, de los ricos y de los falsos profetas que conocen bien la añoranza del mexicano por una solución mágica).
En las colonias menos organizadas la probabilidad de que los criminales se instalen y construyan redes para delinquir aumenta; en las poblaciones menos demandantes los gobernantes pueden -cínica y despreocupadamente- mentir en campaña, sabiendo que nadie les exigirá que cumplan; las empresas, bancos y monopolios del país, atropellan a los usuarios que no cuestionan el cobro de servicios y recargos excesivos; y los ejemplos podrían extenderse incluso hasta el tema del abuso que ejercen otros países en contra de nuestra nación o hacia nuestros compatriotas sin que hagamos lo que nos corresponde (ley SB 1070 de Arizona). La conflictiva no termina ahí. El abusivo se percata cada vez más de que  puede controlar al mexicano por medio de la intimidación y de ese modo está ganando terreno, terreno que en otros países le sería inaccesible gracias a la conciencia, unidad y pequeñas pero incesantes aportaciones de un alto porcentaje de sus ciudadanos que vigilan que funcionen o se den las condiciones para que los organismos se desarrollen y no que se encuentren paralizados como por desgracia sucede en nuestro país. Los políticos corruptos, los usureros, los empresarios aprovechados, los líderes de organizaciones criminales y otros delincuentes, no están interesado en cambiar su manera de ser y su historia de vida y sus facultades mentales no les permiten otra cosa más que buscar su bienestar: se aprovecharán hasta donde este sistema, que no reprueba y castiga su conducta, les permita. Son como un virus que invade nuestro cuerpo y al que hay que identificar y controlar de manera inteligente y haciendo uso de la participación y sincronía de hasta el más diminuto de los anticuerpos involucrados.
Pero el mexicano no se encuentra irremediablemente destinado al conformismo y al individualismo. En los últimos años se han construido espacios y herramientas de libertad que permiten actuar y denunciar: el gobierno ya no es el ente intocable, autoritario y represivo del antiguo PRI, la democracia sigue poco a poco instaurándose, periodistas e intelectuales de varios sectores persisten en informar y entre más personas se involucren y reclamen (levanten la cabeza) activamente -demostrando que podemos confrontar a los pequeños tiranos, reclamando la ineficacia del servidor público incompetente, tomando en serio las pequeñas acciones y promulgando información sobre su eficacia- se incrementará la posibilidad de terminar con la intimidación y de heredar un legado diferente.
En este momento todavía se pueden contrarrestar las nuevas tiranías como el crimen organizado, la política que obedece a intereses particulares y los poderosos monopolios crecientes; después, si no nos convencemos de participar, será mucho más difícil enmendar las cosas y el precio será mucho más caro.

martes, 4 de enero de 2011

Un alegato a favor del narcotráfico.






Primera advertencia: este ensayo podría haber sido más largo, descriptivo y profundo, pero por cuestiones prácticas lo mantuve breve, teniendo en cuenta que en cualquier momento podría extenderse.
Segunda advertencia: durante todo el texto hablo de drogas, refiriéndome específicamente a las drogas duras y excluyendo otras substancias que sean perjudiciales -pero que legalmente están permitidas- y aquellas cuyo daño es mínimo o intranscendente, pero que actualmente su venta sigue siendo ilegal en la mayoría de los países.


Si usted se dispone a leer esto, posiblemente sea porque le interesa saber lo que tengo que decir, movido por el interés o la curiosidad o el morbo, o tal vez porque muy en el fondo intuye que algo no está del todo bien al oponerse absolutamente al tráfico de drogas. Y es que luego del número de asesinatos que ha habido en México en el 2010, ya no hacen falta películas con desenlaces aterradores o activistas que nos muestren pruebas contundentes para asociar al consumo de sustancias ilegales con pérdida y desgracias. ¿Pero es esto acaso una postura objetiva? ¿Era necesaria la muerte de miles de ciudadanos debido a la guerra contra el narcotráfico?
Cada país -ante una postura ética y moral- ha decidido actuar de diversas maneras ante el consumo de drogas, algunos decidieron impartir educación a sus ciudadanos para que estén bien informados sobre las consecuencias y riesgos de las adicciones, otros realizaron investigaciones para descifrar el modo en que los individuos inician su consumo y así poder contrarrestarlo, pero el común denominador fue aumentar la vigilancia para combatir a distribuidores locales (drug dealers) y narcotraficantes, con la idea de atacar y disminuir el acceso a dichas sustancias. Las formas de lucha son diversas y varían de cultura a cultura.
En México, el problema primordial no es en sí el consumo de drogas entre sus ciudadanos, sino el poder político-social-económico que la acumulación de dinero y fuerza les otorga a los individuos relacionados con esta actividad ilegal. Sin embargo, ¿cuál ha sido la postura de Estados Unidos –el país que más droga compra a México- al respecto?
Si nosotros hoy le solicitáramos a Estados Unidos que sacrificará la vida de 30, 000 (a la fecha aumentó a 50, 000) de sus ciudadanos, para apoyar una importante acción que resguarde la salud de los mexicanos, seguramente se negarían a colaborar, sobretodo si nosotros no hubiéramos hecho lo posible para resolver el problema. No obstante, el gobierno mexicano decidió que el tráfico de drogas era un conflicto tan grave que valía el sacrificio de hombres, mujeres, niños, estudiantes, que nada tenían que ver con este problema.
Haciendo una revisión histórica de varios de los países del primer mundo que hoy en día consumen la mayor cantidad de drogas, encontraremos en todos ellos invasiones (físicas o virtuales) como un medio eficaz de haberse establecido y enriquecido como potencias mundiales, invasiones dirigidas muchas veces por generales bárbaros o sanguinarios, cuya tímida pero significativa sombra hoy en día les permite gozar de una organización económica y social sólida. Pero antes de que surja una descalificación absoluta hacia lo que acabo de escribir y se proclamen argumentos elocuentes y bien pensados de que en estos tiempos no se puede considerar como un camino viable el de mancillar el bienestar de otros para buscar el propio -e inicie una discusión interminable sobre el modo en que todavía se sustenta la economía de varias de estas naciones-, repasemos los hechos del tema principal de este ensayo: Nuestro país vecino no ha actuado de manera determinante para acabar con el narcotráfico, por dos razones. Uno, no tiene un interés superior de hacerlo, y dos, porque no es correcto. Los argumentos para impedir que una persona consciente de las consecuencias no consuma drogas, se valen más de una perspectiva subjetivamente moral –disfrazadas en investigaciones de impacto de salud en el sistema-, que de una certeza objetivamente racional. La forma de actuar de los delincuentes, aunado a la necesidad de combatir la criminalidad desatada alrededor del narcotráfico, ha logrado que la opinión pública y los especialistas sean incapaces de separar los actos reprobables -como la venta de sustancias a menores, los asesinatos, el fraude y corrupción en el sistema público- de las razones por las que, individuos sensatos de ciertos sectores, compran y consumen sustancias ilegales, sin tener mayor repercusión en sus vidas. Por ejemplo, podríamos mencionar que el uso de drogas ilegales -en varios círculos de los países del primer mundo- se relaciona con costumbres sociales, con la intención de experimentar sensaciones -de mayor o diferente intensidad- sin encontrar un motivo de peso por el cual deban limitarse, o incluso al vacío existencial que se mitiga al autoconcebirse de una manera diferente a los demás. Las razones son diversas y no es el propósito de este ensayo mencionarlas y explicarlas, pero consideré importante nombrar algunas para dejar claro que los consumidores no nada más son víctimas de un maquinaria malvada que los ha atrapado en sus redes (como se ha querido dar a entender –paternalmente y desvalorando la inteligencia de la gente- por todos los medios nacionales e internacionales) y que no siempre terminan destruyendo sus vidas o realizando acciones que justifiquen la muerte de nuestros conciudadanos. 
Uno puede tratar de persuadir a los consumidores para que busquen la felicidad a través de los caminos recomendados y puede hacer el intento de inculcárselos por todos los modos asibles; sin embargo, los individuos deberían de ser absolutamente responsables de su cuerpo para decidir lo que quieran hacer con éste. Si esto no es así, si no podemos decidir sobre nuestro cuerpo, tendríamos que pensar que éste le pertenece al Estado, o a la sociedad, o a la especie, o a cualquier otra entidad, y entonces tendrían que replantearse los parámetros de lo que hasta ahora se ha llamado libertad. Pero no es el caso, nuestro cuerpo es la manifestación concreta de nuestra vida y por lo tanto podemos hacer con él lo que nos plazca, asumiendo las consecuencias. Por esto, ningún gobierno ligeramente democrático se ha atrevido a quitar todo acceso, por mínimo que sea, al consumo de drogas, sobretodo en las naciones cuyas cúpulas de poder saben de la necesidad de contar con diversas válvulas de escape entre la creciente insatisfacción de sus ciudadanos, tal y como es el caso de Estados Unidos de Norteamérica. Y aunque algunos postulan que detener la filtración de sustancias ilegales es estructuralmente imposible, yo sostendría que más bien se trata de preservar la estabilidad y de asegurar las libertades y los derechos tácitos de los individuos, y evitar así que el sistema colapse. Ante esto, lo único que les queda a los gobiernos es aparentar indignación por la compra y venta, y tratar de contener los excesos que rebasen y dañen a las poblaciones vulnerables (poblaciones en las que sus integrantes son demasiado jóvenes como para tener la capacidad de decidir, o aquellas que no cuentan con la información necesaria y son atraídas al consumo a través de engaños), simulando una eterna batalla, para que sus opositores políticos no utilicen su inactividad como excusa para destituirlos.
Enfatizando: en ningún país del primer mundo se ha hecho todo lo posible para  eliminar el narcotráfico, pero en algunos se ha hecho cierta conciencia de la situación y procuran proteger a los sectores vulnerables. No obstante, nunca esta permisión intrínseca del uso de drogas duras se ha planteado de manera abierta y oficial.
En lo que respecta a nuestro país, México y los narcotraficantes se han convertido en lo que convenía al criterio caduco y carente de visión del gobierno actual. La guerra fue el medio perfecto para construir a un enemigo al que hay que temer a toda costa, un enemigo que justifica la satanización absoluta de la exportación y venta de psicotrópicos, enervantes y depresores. Los narcotraficantes pasaron de ser exportadores ilegales de un producto requerido en otro país, a genocidas, coludidos con secuestradores, sicarios y extorsionadores, enemigos del gobierno, de la gente y la sociedad, en gran parte responsables de miles de asesinatos que va dejando la guerra que llevan contra las fuerzas armadas y las que se desatan por la lucha del mercado, todo porque el ataque estimula a una maquinaria que, entre más golpes y aprehensiones reciba, más sanguinaria y caótica se convierte, en lugar de utilizar medios inteligentes pero sobretodo factibles para resolver el problema. México es gobernado por sujetos incapaces de percatarse de que aunque existen drogas adictivas al alcance del ciudadano promedio, éste no las busca ni las consume con la misma frecuencia que sucede en otros países con leyes mucho más severas y con una mayor cifra de obstáculos que dificultan su venta (en EU, Reino Unido, España -los países de mayor consumo-, las drogas son más caras, la policía es mucho más eficiente y los compradores están más informados de las repercusiones, no obstante los índices de consumidores es mucho más alto que la mayoría de los países productores).
El gobierno de México adoptó una postura similar a EU: no enfrentó el problema de manera certera y honesta (educando y ofreciendo a los sectores vulnerables herramientas para protegerse), y asegurar así que aquellos que desearan consumir y comercializar con drogas fueran contenidamente libres de hacerlo, sin que se convirtiera en un problema nacional serio y llegara al punto que ha llegado, que todavía podría ser peor. Pero no nada más eso: ha vuelto un negocio, relativamente simple, en una cadena de asesinatos y enfrentamientos, que le brinda oportunidades a delincuentes menores de volverse líderes deleznables y sanguinarios, y arrancó de sus puestos a los antiguos traficantes (a los generales de las invasiones) para darle cabida a dementes y jóvenes con una mayor predisposición a corromperse hasta los peores extremos del terrorismo y trasgresión de la ley, que de otro modo se habrían perdido en el mar de delincuentes menores. Incluso puede aseverarse que la guerra, la inestabilidad en el crimen organizado y la falta de comunicación de parte del gobierno con estos grupos, ha dado pie a que exista un mayor número de sicarios y de delincuentes. Esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿Esta guerra, que nunca debió haber empezado, debería entonces seguir? 
Tomando en cuenta que la postura de los norteamericanos es de reprobación hacia una posible legalización y que ya se ha germinado y nutrido, en cientos de miles de individuos relacionados al narcotráfico, la sensación de que son criminales de alta peligrosidad, y por lo tanto se ha creado a la más terrible de las bestias, debería pensarse que lo peor que podría hacerse a esta altura del partido es bajar la guardia. Y eso es cierto, no debe permitirse que esta inercia de asesinatos y caos siga destruyendo al país. Pero continuar con la guerra, tal y como se ha continuado hasta este momento, sería un error. Para empezar, el dinero y los recursos del narcotráfico son tantos, debido a que la demanda de drogas en el extranjero jamás terminará y la pobreza y miseria en toda la República mexicana es enorme, que siempre habrá alguien dispuesto a traficar sin importar las condiciones que haya. En segundo lugar, el presupuesto del Estado no es capaz de soportar esta carrera contra un enemigo imparable (cabe también mencionar que las fuerzas armadas no sienten que ésta sea una lucha realista ni se identifican con el ideal de batalla como para soportar el riesgo y lo desgastante de su labor mal pagada). Por todo esto, el gobierno debe de hacer política verdadera, debe comenzar a gobernar haciendo lo necesario para proteger a sus ciudadanos. 
Estados Unidos y los demás países del primer mundo que no han creado un sistema para regular el acceso a las drogas, deberán hacerse responsables de sus problemas de consumo en las poblaciones vulnerables, mientras que el gobierno mexicano deberá negociar para tolerar y así regular el tráfico –si es que no ha empezado a hacerlo- (y las causas las explicaré más adelante) con los cárteles menos corroídos (aquellos cárteles que estén distanciados de los criminales más despiadados) y ya no permitir que ellos sean los que negocien e impongan las reglas al sistema público. El acuerdo consistiría en delimitar las actividades de los narcotraficantes, para que ya no se involucren en delitos mayores o fomenten otras actividades ilícitas, a cambio de brindarles cierto respaldo que no permita a sus contrincantes crecer, pero primordialmente para darle a sus dirigente permanencia, que es en lo que más adolecen sus organizaciones. Canjear las armas por industria, en resumen. La nueva función de las fuerzas antidrogas (ejército, policía y centros de inteligencia) será debilitar a los grupos más nocivos, con los que no haya acuerdo, hasta su detención. Dentro de este pacto, deberán respetarse las ganancias de los traficantes afiliados, estableciéndoles una cuota que se destine para el Estado, un porcentaje bien estudiado que les permita tener fluidez, pero que al mismo tiempo los haga partidarios de la construcción nacional y los distancie de dañar la estructura social. Este acuerdo debe no sólo brindar estabilidad, sino debe contribuir a garantizar seguridad y gobernabilidad, y para que sea factible, la guerra contra el tráfico debe continuar, ofreciendo a la luz pública resultados aparentes o la captura de los criminales incorregibles (los cárteles con miembros incapaces de adoptar las normas), brindando así tranquilidad a aquellos individuos (mexicanos, norteamericanos y otros extranjeros) que no puedan comprender el porqué de la necesidad de esta solución.
¿Es esto carente de ética y peligroso? Aquí podría caber una recapitulación de cuántos productos y acciones, que se realizan todos los días en todas partes del mundo, adolecieron y adolecen en cuestiones de ética y sin embargo se fueron transformando en un negocio aceptable o ya son parte de la vida cotidiana. Lo que hay que considerar, antes de dejarse llevar por prejuicios y estigmas, es que se trataría del único camino viable con una menor cantidad de consecuencias negativas y que a la larga permitiría obtener un mayor control de la situación, tanto nacional como en el extranjero.
Los gobiernos -al largo de los años- han recurrido a construir departamentos extraoficiales que están en función de la preservación del Estado: policías secretas, centros de investigación, de desarrollo científico, etc. Siguiendo estos mismos ejemplos, el control del tráfico de drogas hacia EU y el resto del mundo, debe contemplarse –por aquellos que lo lleven a cabo- como un trabajo difícil, drástico, arriesgado, pero indispensable y pertinente para el bienestar y la salvaguardia de la paz. En resumen: deberá infundirse un espíritu de lealtad hacia la labor… Los involucrados intelectuales jamás deberán de perder de vista el fin por el que este pacto se realizaría, y que -por lo tanto- la mayor parte de las ganancias deberán aprovecharse para –a través de educación y la mejora de la calidad de vida (menos violencia)- reducir el riesgo de enviciamiento de las poblaciones vulnerables.
La oportunidad que tienen los países fabricantes de ofrecer un producto que les otorgue un ingreso significativo (es una industria de miles de millones de dólares anuales), no puede descalificarse como deleznable sobretodo si está en juego la vida de cientos de miles y es imperativo dejar de producir delincuentes cada vez más peligros y con menos escrúpulos. Los que se dediquen a regular el narcotráfico (de parte del sector federal) sabrán que su lugar, dentro de esta jerarquía organizada y segmentada por varios candados que aseguren la erradicación de cualquier posibilidad de corrupción, estará sujeta a su integridad y cooperación, y no se podrá ascender por otro medio que no sea la dedicación y la eficacia.

Algunos factores que deberán tomarse en cuenta.

  • El mexicano suele ser derrotista de antelación y por lo tanto no faltarán aquellos que encuentren varios motivos para descalificar la viabilidad de este plan y parcialicen ciertos parajes para señalar los puntos débiles que cualquier propuesta primaria tiene, pero con inteligencia, deontología, administración y templanza, este proyecto lo podrá llevar a cabo un buen líder o una buena regencia. Los intelectuales que tengan dotes románticos, apelaran a cierta moral sin darse cuenta de que anteponen su falta de objetividad a la vida de las víctimas, sin embargo la constante participación, libertad y critica, de varios de ellos en el acuerdo, será necesaria para la minuciosa observación del transcurso de este plan.
  • La selección de los líderes de cártel, con los que se vaya a negociar, deberá hacerse con mucho cuidado y deberá garantizárseles la preservación y estabilidad de su negocio, haciéndoles ver que este es el modo en el que podrán resguardar su vida y la de sus familiares, reduciendo considerablemente los factores infernales a los que actualmente están expuestos (la persecución militar, la lucha despiadada entre diversos grupos, las venganzas sanguinarias, etc.). En caso de que un líder de cártel apto no desee negociar, debe persuadírsele con todas las ventajas que el convenio le brindaría, haciéndole ver que la negación seguramente derivaría en su captura o muerte. Es fundamental que sepan que ese sería el único modo de perdurar.
  • Será de suma importancia establecer un lazo de confianza entre ambas partes para iniciar y perseverar lo planeado, por lo tanto el respecto al acuerdo deberá ser una regla de oro.
  • Los cárteles que pacten se comprometerán en cuidar que su gente no nutra otros nichos de la delincuencia, como el robo, el secuestro, el fraude, y con el tiempo deberá hacerles ver, con explicaciones concisas, cómo estos delitos perjudican su negocio (por ejemplo: la satanización del tráfico mencionada en un inicio) y que ellos son una parte elemental para evitarlos.
  • Es muy probable que los cárteles más grandes y establecidos sean los más interesados en terminar con la campaña negativa en su contra; el dinero y el aseguramiento de sus jerarquías empresariales sería una motivación suficiente para acatar la normalización de sus actividades y restringir o eliminar los impulsos sanguinarios de sus miembros. Está comprobado que la mayoría de los individuos acatan las normas que sienten que, por una razón superior, deben de acatar, aunque no estén convencidos de ello.  
  • Deberá construirse un sistema tan diverso y resguardado, que no pueda enviciarse en manos de unos cuantos, pero que simultáneamente no permita la burocratización del mismo, ya que su correcto funcionamiento será clave para no darle oportunidad a otros cárteles de trabajar por fuera de este pacto.
  • En caso de que este gobierno no acceda a pactar con este sector del “crimen organizado”, posiblemente el siguiente sí lo haga, debido a la gravedad de las circunstancias. Varios líderes de cárteles, conscientes de que la lucha entre los diversos grupos de tráfico también los ha rebasado, están buscando maneras de acercarse o tener un apoyo de parte de los gobiernos locales. Si el gobierno toma las riendas de una vez, será éste el que establezca las reglas (y termine con los sobornos y el tráfico de influencias) y no el crimen quien lo haga, como ha venido sucediendo. Un gobernante o funcionario, de poco criterio y visión, que decida enriquecerse y alimentar la criminalidad, será atacado por las fuerzas antidrogas, y aunque decida ventilar el asunto del acuerdo siempre podrá negarse la existencia del mismo. 
  • El partido en el poder deberá saber dialogar de manera extraoficial, precisa e inteligentemente con miembros de otros partidos e incluso con su propia gente. Deberá ser discreto para no caer en riesgos, chantajes y manipulaciones de la información de instituciones locales o foráneas.
  • Es importante tener presente que, probablemente, los países del primer mundo en un futuro empezarán a hacer pactos o arreglos similares con sus organizaciones criminales y a la larga prescindirán de los servicios del extranjero (no nada más de México sino del resto del mundo), por lo tanto no debe cometerse el error de perder de vista que este es un acontecimiento de tiempo limitado y por lo mismo los traficantes deberán visualizar un retiro y lo obtenido deberá invertirse por el Estado y los involucrados con inteligencia. 
  • Más adelante, como sucedió con el alcohol, se terminará esa creencia de que la legalización de las drogas atraería un problema excesivo de salud y, con un sistema social, estructural y legalmente adecuado, se terminarán convirtiendo en parte de las civilizaciones.
  • En caso de que lo planteado aquí se lleve a cabo, dará la impresión de que –debido a la mesura con la que se realice- el narcotráfico habrá sido vencido sin necesidad de este acuerdo y que esta era una propuesta inservible y errónea.
  • Hay algunos puntos que tal vez pudieron darse por sobreentendidos y que de cualquier modo decidí tocar, para que –en caso de un manejo equívoco de este texto- quede clara cuál fue la propuesta inicial.
  • Pongo énfasis en que el Estado, pero sobretodo la ciudadanía, deberá estar por encima de cualquier otro interés.


Para finalizar, debo mencionar que la objetiva observación de los sucesos nos permite proteger a aquellos que realmente es posible proteger y de prevenir y arreglar situaciones en las que sí valga la pena invertir tiempo y recursos, y no gastarlos en las que no tengan o no requieran una solución. La finalidad de este texto no es crear una apología al crimen ni de condonar culpas, sino de enfrentar un fenómeno que –por causa de prejuicios y conflictos de intereses- hasta la fecha no se ha querido apreciar cabalmente, y que -por lo mismo- no se ha manejado con la entereza y el realismo que requiere. Lo que está en juego -no suficiente con las contrariedades por las que pasa el país- es la vida y futuro de cualquier niño o joven, que podrían tropezar con la matanza que se despliega por todo el territorio mexicano. Cabría señalar que definitivamente la mejor solución sería la legalización y entonces un control severo, concienzudo y objetivo de las drogas (primordialmente en los países de mayor consumo), sin embargo la situación cultural-política-social todavía no lo permite. Por todo lo anterior es indispensable un gobierno consciente de la responsabilidad de las vidas que tiene en sus manos y el compromiso que debería comenzar a asumir. 

*************Hasta aquí llegaba originalmente el ensayo********

Después de algún tiempo -trascurrido de la publicación del texto anterior-, éstas son algunas de las reflexiones que tengo al respecto (hoy, 14 de octubre de 2011).

·         Existen algunos países (y sus gobiernos) que ya han asumido la postura de ser ellos quienes obtengan las ganancias de la venta de drogas, para obtener una mejor economía en sus países, y tienen como propósito quitarle el mercado a México, quien –a su vez- ha entrado en una paradoja parecida a la que tiene EU respecto a los migrantes: no podría mantenerse sin ellos, sin embargo tiene que simular que está en contra; México se empobrecería considerablemente sin el ingreso del narcotráfico.
·         El Partido de la Revolución Institucional (PRI) –ante lo favorecido que se encuentra por la intención de voto y conociendo su maquiavelismo de antaño-,  se propone a –una vez ganadas las elecciones presidenciales- usar de excusa el pacto en secreto con el narcotráfico, para estabilizar la situación del país en el tema de seguridad y darse el crédito de ser buenos y capaces gobernantes; sin embargo, su verdadero fin es enriquecerse, haciendo –una vez más en la historia de la humanidad- que una oportunidad de fortalecer a la sociedad se pierda. Esto va a obligar a que esta propuesta de pacto se desvirtúe y al final se contemple como una utopía más que fracasó. Los dirigentes del PRI harán lo que han hecho otros en el pasado: aprovecharán los inesperados beneficios de un recurso multimillonario, pero agotable, y repartirá la mayoría entre sus miembros (posiblemente esta situación tan favorable les sirva para mantener el poder hasta el 2024), dejando el mínimo necesario para el país, burocratizando y descomponiendo lo que pudo haber sido un buen negocio, tal y como lo hicieron en el pasado con el petróleo, el turismo y la industria. La gente –como ya podemos percibir-, estará satisfecha por su regreso y su manera de gobernar, sin que se percaten de la oportunidad que perdió el país (lo único que quiera la gente, es que termine ya la matazón). Y, aunque todos los partidos políticos, en las siguientes campañas por la presidencia, van a insistir en que seguirán la lucha contra el narcotráfico (anunciando que lo harán de una manera más inteligente y no como el presidente actual) y que sin duda alguna no aceptarán un pacto, a final de cuentas –repito-, quien resulte ganador lo hará, ya sea en menor o mayor grado.
·         Sigo convencido de que el único modo real de disminuir la violencia será por medio de la negociación y el trabajo en conjunto. Las historias de adicción son en varios casos desgarradoras, sin embargo fortalecer los sitios de rehabilitación –lugares actualizados y comprometidos (cualidades que carecen casi absolutamente todos los centros de rehabilitación en el país)- es el modo de combatir las repercusiones negativas del consumo, no la prohibición y mucho menos la persecución.  
·         Es muy importante restablecer límites. Los delincuentes ansían que una orden de un superior los obligue a reprimirse, su condición mental inestable los está llevando a lugares de locura y sadismo que afectan a la sociedad de maneras inconmensurables. Cuando los jefes de los cárteles les impongan lo que no deben hacer, habrá una mayor tranquilidad para ellos, para la sociedad, para los grupos vulnerables al consumo y, sobretodo, para las personas cuyas vidas se encuentran en grave peligro (no ha dejado de aumentar el riesgo, desde la primera vez que se publicó este ensayo).
·         Después de varias averiguaciones, me he percatado que todo señala que el gobierno tiene actualmente un pacto intrínseco con un par de cárteles, pero en este pacto los que ponen las reglas –a cambio de no-tanta violencia- son los traficantes y no el Estado. Esto no se puede tolerar y definitivamente se debe mostrar que el Estado es el que está consciente de la situación y el que les está permitiendo continuar, bajo algunas especificaciones mínimas.
·         Varios grupos en EU –aprovechando el conservadurismo de millones-, tienen un gran interés porque el negocio sea suyo y no mexicano. El gobierno actual de ese país –y del que sigue- no encontrará razones para evitar que esto suceda y ayude a su economía, tal y como hemos visto que no interviene con todos los productos reprobables que alrededor del mundo los enriquecen.
·         Lo más preocupante es la terquedad que han asumido los responsables de la guerra. Todavía tienen tiempo de cambiar de opinión, sin tener que reconocer que se equivocaron. Este ensayo no tiene ningún interés de atacar a ninguna institución, partido o persona, el único fin que busca es evitar más muertes y el camino hacia el abismo que aparentemente ha tomado nuestra nación. Eso es todo.  

miércoles, 4 de agosto de 2010

Localización de Diego Fernández de Cevallos





Joder, que alguien -quien sea que lea esto- me dé alguna idea de lo que debo hacer: Diego Fernández de Cevallos lleva varios minutos corriendo de un lado a otro en mi jardín. Tiene los ojos vendados, no trae camisa y lleva unos calzoncillos desgastados, sucios y agujerados, y las manos atadas a la espalda le dan un aire a una gallina enloquecida. Temo que tropiece y se lastime y me inculpen de complicidad, y lo peor de todo es que no tengo idea de qué hace aquí en mi casa.
       Viene a mi cabeza lo que platicaba con Tox en la mañana: él decía que una persona vanguardista y lúcida sabe que el crack no supera al arte y/o a la literatura; yo le insistí en que no fuera ingenuo, es bien sabido que la heroína es la madre de todos los estímulos y su efímero, voraz y destructivo consumo, deja muy atrás al amor verdadero y a la realización profesional y personal. Pero eso no tiene sentido ahora. Esta situación del Jefe Diego en mi jardín es como aquella vez que descubrí por qué los empleados de Gellato eran tan agradables y su helado tan sabroso. Pero eso no lo mencionaré en este momento, no voy a dejar perder su atención de lo que nerviosamente estoy escribiendo. Les contaré de algo relevante, de “Puyo”, mi collie border, del que –yo y Uriel-, en un confabulación casi psicótica, con frecuencia decimos que es mitad todo: mitad indígena, mitad soldado, mitad jamón serrano, mitad gitano, mitad procurador, mitad rabia. Tantas mitades dan varios enteros. Lo sé. Pero la lógica no es una de mis preocupaciones, eso se lo dejo a las personas que consideran que descubrir verdades, o -aún mejor- que desenmascarar mentiras, es un gran logro. Ya saben, de ésos que sienten que el mundo se derrumba si uno dice un comentario misógino o racista, como si los demás no tuvieran la capacidad de discriminar las ideas que no les calan y no pudieran servirse del bufete de posturas de lo que más les plazca.
Pero sin duda lo que a ustedes les interesa es el Jefe Diego, no este desvarío mío. Hace rato el político tropezó con un muro de piedra que está al fondo, junto a los rosales y al árbol de higos secos. Me acerqué despacio, lo levanté, lo llevé al comedor y lo senté en una silla de madera que tiene un desgastado y polvoriento cojín. Limpié su rostro, traté de comunicarme con él pero no paró de decir cosas sin sentido ni pareció escucharme, sin embargo no se movió de la silla como si así lo hubieran acostumbrado sus raptores. No le quité la venda porque me parece que lo mejor es que esté calmado. Aquí en casa no tengo teléfono; tardé en pagarlo y no lo han conectado, por lo tanto tampoco funciona el internet. Tengo la esperanza de que en cualquier momento del día lo reinstalen y entonces pueda hacer algunas llamadas o me conecte al chat y haga preguntas hipotéticas a mis contactos pidiéndoles consejo. Tampoco tengo saldo en el celular, pero si entrara alguna llamada tal vez contaría sobre el político. Y tal vez muchos lo sepan y otros lo imaginen, pero México es el país de los injustamente encarcelados y yo no quiero ir a parar a la cárcel por culpa de este señor, que, para serles honesto, siempre me ha causado cierta simpatía.
Esta no es la primera vez que me sucede algo extraño. Me pasan cosas raras todo el tiempo, como aquel día que descubrí uno de los secretos mejor guardados en la industria de las botargas. Desde niño imaginaba que aquellos personajes acolchados provenían de un mundo en donde tenían sus familias y congéneres, algo así como una ciudad de botargas de Miqui Mauses con sus pequeños Miqui Mausitos y su esposa Madam Maus, viviendo a un lado de una familia de doctores Simil, de Totoros o de un enorme azulejo con ojos y manos acolchonadas.
Hace un momento me acerqué al Jefe y noté que está débil, mal alimentado y tiene varias heridas, y sin embargo no para de repetir un discurso sobre reformas y de la necesidad de una clase dominante. Y disculpen ustedes por mi divagación, pero la verdad estoy perturbado y ansioso y he empezado a imaginar hipótesis sobre lo que podría sucederme si los secuestradores están cerca o nos rastrean y yo me encuentre a su merced, incapaz de hacer una llamada; tampoco quiero salir a la calle y dejar solo al viejo, no sin antes asegurarme de que no está a punto de sufrir un colapso. Luego sea la mala que me culpen de negligencia y hagan preguntas como: ¿Por qué no le dijo nada a sus vecinos o pidió ayuda? Y bueno, les hablaba de Puyo. Lo que pasa es que él, mi perro, es de una raza muy inquieta, y al parecer no debería de vivir en un suburbio católico-clasemediero como en el que me encuentro. Persigue niños, ancianos, sirvientas, se le encima a las señoras y babea los lujosos interiores de los autos que con tanto esfuerzo –y ni tanto- compró la gente de esta colonia; todo eso, y mis notables rasgos esquizoafectivos, más mis neurosis, me han llevado a aislarme y no sólo a no-convivir con los colonos sino a llevar una pésima relación con ellos. Por eso no podría contar con su ayuda.
Recosté al jefe Diego y lo tapé con la colchita en la que se duerme Puyo, que en un principio me vio con recelo pero que al parecer después comprendió la situación. Estuve tentado a quitarle la venda de los ojos (a Diego no a Puyo), pero todavía tiene ese semblante desquiciado y temo que grite o me ataque. Su fama de bravucón lo respalda, así que le di algo de agua y con voz firme le ordené que descansara.
Pero ya me desvié de nuevo. Contaba que no es la primera vez que me sucedía algo así de extraño, mencioné a las botargas y todavía tengo pendiente lo de los empleados de la Gellato, pero nada de eso era lo que quería contar. Sin ánimos de parecer el resguardador de uno de los grandes secretos de mi país, les advierto que contaré una historia que a muchos de ustedes interesa; es más, que estoy seguro le interesa a todos los mexicanos con capacidad mínima de razonar. Quizá lo haga motivado por el anonimato con el cual pienso publicar este texto, o quizá porque es algo que no me gustaría guardarme para siempre. Pero eso será en un rato. Me levanté asustado debido a un fuerte olor que provenía del sillón en el que acosté a Diego. Al principio pensé que el olor se debía a un trozo de excremento de perro pegado en mi zapato, o que Puyo o mi gato llamado Gata había ensuciado la alfombra. Luego recordé un capítulo de South Park donde decían que cuando una persona muere los esfínteres pierden fuerza y sale todo lo que esté en los intestinos. Preocupado, pensé que el ex senador había muerto en mi sala. Me levanté con prisa y al ver que el viejo no hacia ruidos y parecía no respirar, ligeramente lo moví para ver su espalda; los calzones no estaban manchados pero no me quise arriesgar, así que se los bajé. Nada, solo nalgas arrugadas y canosas que soltaron una espesa flatulencia. El jefe dio furiosos manotazos y comenzó a gritar: MEJOR MÁTENME, HIJOS DE LA CHINGADA; NO SABEN TODO LO QUE LE HE DADO A ESTE PAÍS. Me asusté, retrocedí y él se calmó al sentir la distancia que tomé. Se ve que tiene ganas de vivir y que no quiere tentar al destino, o de alguna manera olió mi miedo. Y es que a mí me molestó esa postura que tomaron muchos respecto a su secuestro. La gente suele ser incongruente. Festejan que el político que no les simpatiza -o tal vez se lo merezca- haya sido secuestrado, pero no pueden ver que ése es un síntoma de que nuestro país ha pasado a una lista muy reducida de las naciones más sometidas y hundidas por su delincuencia. Es como si un día alguien que trabaja en un empleo que detesta, se alegrara porque se murió el dueño de la empresa, aunque eso significara que va a quedarse sin trabajo... Bueno, fue un mal ejemplo, pero expone la incongruencia que quiero señalar. Como la ley Arizona. Esa ley sólo le incumbe a los que van a ser discriminados, no a nadie más. Aquí algún tarado de esos que no pueden dejar de intervenir y vomitar sus ideas en todas partes, como si éstas fueran las únicas que existen, diría: “Sí, pero hay otros perjudicados: los trabajadores que no tienen papeles y que van a buscar oportunidades y quieren tomar un poquito de lo que allá les sobra”. Y yo pienso: qué bien, pero gran parte de los que critican la ley Arizona y el maltrato que recibirán los inmigrantes ilegales, son iguales o peores: critican al gringo por no darle oportunidades a los extranjeros, sin ver que ellos tampoco dan nada a nadie, ni al mendigo que cruza en su camino o a la muchacha que trabaja de sirvienta en sus casas; cualquiera quiere cerrar sus colonias y poner bardas y mantener lejos a ésos que se les ve que el agua no llega todos los días a sus casas. “Es mejor prevenir que lamentar”, dicen las señoras a sus hijos malcriados y obesos, mientras le ponen el seguro a la puerta de sus camionetas al ver que se les acerca un vendedor de chicles. Y así de elitistas y desentendidos con los nuestros, criticamos al gringo. Si el Jefe me da alguna clase de premio o me gano su simpatía, le diré mis ideas, aunque sé que no hará nada; únicamente espero que no vaya a tomar represalias en contra mía por no haberlo liberado inmediatamente... Y el puerco-marrano de Slim no me reinstala el internet y la línea sigue muerta, así que ni para llamar a emergencias en caso de que suceda algo grave. Y yo continúo cada vez desvariando más en lo que escribo sin tener cuidado en la lógica de este texto. Me desvié demasiado del importante secreto que quería contarles.
Ahí va.
Hace varios meses, Miguel, uno de mis mejores amigos, llegó preocupado aquí a la casa. Yo esperaba que trajera alguna película pirata de esas que no se encuentran ni en el Videódromo de la Condesa o de La Casa del Cine, sin embargo en esa ocasión no traía más que una pegajosa temblorina, cara de preocupación y una pesadez que inundaba la misma sala en la que ahora duerme el Jefe. Me dijo que desde hace un par de días sabía algo no lo dejaba dormir. Sin darle vueltas, resulta que él trabajaba en un despacho de detectives privados. Sí, así de inverosímil como suena, sin embargo sí hay personas que se dedican a eso: a espiar. Pero dedicarse es una palabra muy grande para describir lo que en realidad hacen. La mayoría de los casos que llevan se trata de personas que en el fondo ya saben la verdad y nada más contratan el servicio para que les digan: “Sí, lo que usted sospecha es cierto”. Así que aquello casi siempre consiste en perder el tiempo por un par de meses y después decirle a los clientes lo que necesita que le confirmaran: madres que temen que sus hijos tengan un amorío homosexual, padres que quieren ver si su hija vomita o consume drogas a escondidas, esposas o esposos que quieren ver si su pareja goza más con el amante y si el(los) amante(s) la(s) tiene(n) más grande(s) o cuentan con un mejor y más joven trasero. Casi siempre es lo mismo. Así que el que dirige el despacho pone a unos cuantos muchachos a tomar algunas fotos, a seguir un par de veces al investigado y, si el cliente lo exige y consiente pagar más, a grabar algunas llamadas o tomar videos borrosos. Esto último suena como algo muy laborioso, pero en este país es fácil y de por sí no tiene que ser tanta la evidencia otorgada. La mayoría de las veces con darles la noticia y un par de pruebas que confirmen la terrible realidad, se ofuscan tanto que no exigen más. La cosa es que Miguel, hace más de un año, hizo un trabajito para el caso de los papás de la niña Paulette. El padre de la niña había contratado al despacho para saber los detalles de los romances que su esposa sostenía; las evidencias fueron claras, aquel hombre tomó tranquilo la noticia y lo último que se supo fue que de ahí decidió hacerse continuamente del servicio de prostitutas, o al menos eso me contó Miguel  y no tengo certeza de que eso fuera cierto. Meses después vino el escándalo de la hija desaparecida, el descubrimiento del cuerpo de la niña debajo del colchón, las investigaciones criminológicas y al final el controversial dictamen. Ya todos sabemos, bajo la insatisfacción de millones que esperaban algún culpable para hacer un linchamiento mediático, que se declaró que la muerte de la niña había sido un accidente y no un asesinato. Pasaron las semanas y Miguel, como todos, olvidó el caso, o al menos no lo tuvo tan presente hasta que lo mandaron a hacer otro trabajo de “espionaje” por la zona en la que vive la familia de la niña. Recordó que había dejado instalados varios micrófonos en ese departamento y que había uno en el cuarto de Paulette. Pero no era cualquier micrófono, este contaba con un chip capaz de grabar durante meses, y ya a nadie le interesaba recuperarlo. Una vez que al cliente se le da la factura de los servicios y paga, se da por perdido cualquier artilugio que se haya instalado a favor de la investigación. Es más práctico comprarlos de nuevo que ser detenidos por tratar de recobrarlos.
          A Miguel no le fue fácil recobrar el micrófono debido a toda el aura que dejó el escándalo. De por sí no sabía si se habría grabado algo relevante, pero consiguió volver a tenerlo en su poder.
        El reproductor que tienen para escuchar lo que contiene el chip es más sofisticado y puede dividir lo grabado en segmentos que representan días y horas. Con cálculos y mucha paciencia, Miguel llegó a la hora exacta en la que, según esto, había sucedido la muerte de la niña. No se escuchaba nada, así que movió un par de horas para atrás y para adelante, sin que se oyera otra cosa más que la simple y normal conversación de una casa cualquiera, hasta que al fin dio con el momento exacto en que realmente sucedió todo. Después de explicarme todo eso me preguntó si quería escuchar la grabación y yo lo pensé por un par de segundos. No por miedo ni porque me caracterice por ser muy prevenido, sino porque me pareció imposible creer que estuviese a punto de enterarme sobre lo que realmente había sucedido.
            Con la cabeza le dije que sí. Nos sentamos justo en el sillón en el que ahora entre sueños se pedorrea el jefe Diego, guardé silencio y puse la mayor atención que he puesto en mi vida.
          No pienso transcribirles los ruidos ni las palabras, porque esa no es mi especialidad y los dramas literarios se los dejo a los escritores, pero del casi absoluto silencio en el que apenas se distinguía movimiento, repentinamente se escucha a la niña forcejando. Casi de inmediato pide ayuda con una voz débil sin que nadie responda; calla, forcejea más y grita más fuerte llamando a su mamá. Mientras los ruidos revivían en mi mente la escena que sinceramente ya había imaginado, me invadió una tristeza grande que volvió pesada la  sangre de mi cara y extremidades, y al mismo tiempo me hizo pararme y caminar en círculos por la ansiedad. Con mi rostro le dejé notar a Miguel que ya no quería seguir escuchando, pero él insistió en que todavía faltaba lo importante. Pasaron unos segundos en los que se oía lo mismo y de repente ya era notario que la madre había entrado a la habitación y estaba cerca de la niña. Paulette se escuchaba exhausta pero no vencida. La mujer la oía pelear y en lugar de intervenir como debía, comenzó a hablarle con dulzura, diciéndole que ya iba a sacarla. La niña al parecer se confió y dejó de intentar salir. Volvió a decir “mamá” varias veces y la señora repitió que ya casi. Poco a poco la respiración de Paulette perdió fuerza, hasta que por fin se apagó. La madre lloró, poco al principio, pero repentinamente aumentó hasta lanzar un gemido desquiciado. Entonces insistí a Miguel en que le pusiera stop a la grabación.
        No voy a esforzarme por explicarles todo lo que sentí en ese momento, mis reacciones, mis temores, un dejo de rabia; Miguel fue a la cocina y tomó un chocolate caliente, sin preguntarme nada o hablar sobre el tema, y luego se fue diciendo un par de palabras que no entendí. De ahí nos vimos por accidente en un par de ocasiones y traté de comentar algo, pero no me dejó. A los dos meses me vinieron con la noticia de que Miguel se atragantó cenando tacos y ninguno en la taquería supo usar el procedimiento correcto para salvarlo. Y ni piensen en conspiraciones paranoicas, que a nadie más le dijo sobre lo sucedido; hasta después reflexioné que no nada más yo sabía lo sucedido, sino también la madre, pero ella no sabía de la evidencia, de la cual no tengo la menor idea de dónde la haya dejado Miguel.

El Jefe se escucha más congruente, pidió más comida y lo tapé con mejores colchas. Puyo se acostó a su lado y el Jefe lo acariciá. Mostró una voz amable y agradecida cuando lo alimenté -el Jefe, no Puyo-. Me dispongo a salir de casa y colgar este texto en algún blog. Le dije al viejo que saldría pero que esté tranquilo, que pronto estará mucho mejor. Compraré un helado en Gellato, con los empleados que, debajo de sus chalecos abultados, alguna vez pude entrever algunas plumas finas y blancas como la luz de los focos fríos. Me viene a la mente ese día en que un Miqui Maus regañaba a un pequeño Miqui Mausito que de inmediato se escondió al ver que yo observaba con mucho cuidado el material del que están hechos. Ellos y su ciudad. Luego vendrán más respuestas sobre lo que debe hacerse, hacerse con Puyo, con el recuerdo de Miguel, con mi vida… con el Jefe Diego, con este país. Respuestas, porque, después de todo, ¿no es eso lo que todos hemos estado esperando todo este tiempo?